lunes, 26 de enero de 2009

Una propuesta diferente.




Por: Ethel Baraona Phol. En: www.plataformaarquitectura.cl
Diseñador: Andreas Strauss.
    Habitaciones en tubos de hormingón.

Estos días he vuelto a mirar los sitios web  y  las revistas que publican constantemente artículos y fotos de nuevas tendencias en arquitectura. Encontré este proyecto en la página que cité arriba, y eso me remitió inmediatamente a mis viejos pensamientos acerca del "habitar humano". ¿Cómo habitamos? ¿Cómo podremos y queremos habitar en algunos años? ¿Cómo se modifican nuestras "formas de habitar" en  consonancia con los cambios culturales, económicos y sociales? Dejo claro de antemano que no trataré de responder estas preguntas ahora. Ello sería más que un despropósito. Tampoco empezaré con una diatriba filosófica Heideggeriana sobre ese mismo - mismo y muy distinto- "habitar humano". Lo que quiero es más bien mostrar un poco de las "nuevas ideas" que están surgiendo en torno a este tema. 

La foto que ven arriba es de un hotel en Europa en el cual se paga tan solo "what you wish". Es como una versión 100 % mejorada de una de las más comunes viviendas de los indigentes alrededor del mundo. Éste tubo, ha diferencia de los muchos que vemos botados en los humedales y laderas del río Bogotá y Juan amarillo - por poner dos ejemplos locales- no contiene residuos tóxicos y mucho menos se encuentra localizado en un lugar mal oliente y peligroso. A pesar de que quien desea dormir allí puede hacerlo y pagar el dinero que le convenga más a su bolsillo, ésta propuesta trata de salvar algunos de los tubos sobrantes de las fábricas de hormigón,  re- utilizándolos en el diseño de "habitaciones" que aíslan el frío, el calor, el ruido y la luz.  Están dotadas con unas lámparas y una o dos camas. También tienen una simple decoración y alrededor de ellas se pueden hallar baños y duchas. Por lo que veo en la foto, la cosa no se ve tan mal, pero tocaría pasar una noche ahí metido para ver si no dan ataques de claustrofobia o de asfixia ocasionales. A mi juicio, es un proyecto original que valdría la pena explorar más cuidadosamente. 

miércoles, 21 de enero de 2009

Colombia: La calma de la muerte

Foto de Johana Toro. Revista Número. "El camino del chonta".

En el 2008, tuvo lugar la convención de la ONU sobre los pueblos indígenas. Colombia, encabezada por el presidente Uribe, se negó a firmar los acuerdos del encuentro, argumentando que al hacerlo podría desestabilizar la economía, ya que la inversión extranjera disminuiría al “complicar” el manejo de la explotación de los recursos naturales. Esta determinación trajo como una de sus consecuencias el que los acuerdos establecidos con las comunidades indígenas del Cauca entre 1998 y 2005 no fueran cumplidos. 

En reclamo de los derechos adquiridos a través de la lucha pacífica, en el segundo semestre de 2008 indígenas de la etnia Nasa y otras etnias del Norte del Cauca protestaron en sus regiones, y luego decidieron movilizarse hacia Bogotá con el objetivo de reunirse con Uribe y discutir una agenda específica que pretendía comprometer al gobierno con puntos de fundamental importancia para la jurisdicción indígena, tales como la posesión de tierras y el manejo de los recursos hídricos. Sin embargo, en la gran caminata que encabezaron miles de indígenas a lo largo de la ruta que cubre los departamentos de Cauca, Valle, Tolima y Cundinamarca, comenzó uno de los episodios más tristes y oscuros que han ocurrido en el país: Las fuerzas del Estado, atacaron a los indígenas, les dispararon, y asesinaron a unos cuantos. El episodio, intentó ser invisibilizado con mentiras y falsas versiones por parte de Estado acerca de lo que realmente había ocurrido, y finalmente, me atrevería a decir que tal invisibilización se hizo realidad, como ocurre siempre en un país en el que el silencio y la mentira son siempre el modo primigenio de actuar. Lo mismo pasó días después de que los indígenas se retiraron de la capital sin lograr mayores avances en su agenda (a pesar de que la minga fue impresionante); el esposo de la consejera mayor del Cric fue asesinado por miembros del Ejército Nacional. 

El testimonio de algunos de los periodistas internacionales cuenta cómo, tanto en estos dos casos como en algunos otros, su llegada al lugar de los hechos siempre se daba cuando la calma de la muerte había cubierto el ambiente. Periodistas chilenos hablaban acerca de cómo, después de masacres y torturas, los espacios siempre quedaban en un silencio sobrecogedor. Esa es la calma y silencio de la muerte, calma y silencio que un principio son expresión del estado paralizante en el que la violencia y la aniquilación de la vida dejan a los seres humanos, pero que luego, se trasforma en el miedo y el terror silenciosos que terminan siendo los cómplices de la propagación de las atrocidades. 

De los juicios de los militares – y paramilitares- que atentaron contra la vida y la dignidad muchos indígenas, y que asesinaron a otros, y de la solución del gobierno a las solicitudes de éstos pueblos, no he vuelto a saber mucho. Por un artículo que escribió Alfredo Molano en El Espectador, sé que Google tiene ahora un nuevo servicio que se ofrece así: “reciba las últimas noticias acerca de muertes indígenas en Colombia con las Alertas de Google”. Casi parece un chiste. 

Pienso ahora en el reciente asesinato – ya estoy gastando mucho esta palabra- de los cuatro indígenas Kankuamos en la Sierra Nevada de Santa Marta el 31 de diciembre del año pasado, lo que me remite a la cifra de 264 indígenas de la misma etnia que han sido asesinados y desaparecidos en las últimas décadas en el país. 

También pienso en el caso de los millones de desplazados que ha generado la “onda bio” en Colombia. La producción de los biocombustibles, como es sabido ya por todos, necesita de enormes cantidades de tierra para cultivar la palma. En el amazonas y en algunas partes del pacífico, quiénes no quieren cultivar la palma, son sacados de sus tierras, o en su defecto, asesinados. 

Pero tampoco me olvido de casos más cercanos. No me olvido de que mi padre es dirigente sindical, y de que su vida corrió peligro durante el paro judicial que tuvo lugar el año pasado. No me olvido de los cuatro tiros que fueron disparados deliberadamente en la sala de su casa en Tenjo, no me olvido del descaro del General Palomino asegurando que el tipo capturado por la Policía por ser el supuesto responsable del acto, disparó hacia la casa tratando de evitar un robo a su “vecino”. Resulta que padre ni conoce al fulano ni iba a ser robado por nadie, porque era él quién estaba en la casa, él y su esposa, nadie más. Afortunadamente, el atentado no pasó a mayores, afortunadamente todavía puedo sentarme a almorzar con mi Papá y a reírme como loca de todas sus ocurrencias. Tristemente, como en los casos anteriores, los verdaderos responsables del acto siguen en la oscuridad, quizá atentando contra la vida de otros. 

Entonces me pregunto, ¿cómo es posible vivir en un país bañado de sangre? ¿cómo podemos vendarnos los ojos y seguir fingiendo que un régimen de terror como el de Uribe funciona? ¿Por qué seguir viviendo en esta falsa calma de la muerte, en este silencio desgarrador? ¿Por qué seguir estando sordos frente a quiénes se atreven a hablar, y más aún, a actuar?
Hay que denunciar, hay que hablar y hay que actuar. Al menos yo, no quiero seguir siendo de los pusilánimes que nada hacen y que de todo se quejan. La información es poder, eso no lo dicen en nuestras facultades, pero nunca lo ponemos en práctica. Una democracia asesina debe ser combatida por todos los medios. Yo no creo en la violencia, pero creo en el poder de la palabras y de los actos conscientes, informados y honestos.

jueves, 15 de enero de 2009

Nostalghia



La semana pasada, mientras caminaba por la séptima con una gran sonrisa en la cara (quién no estaría feliz de haberle girado el último cheque de su vida a la Universidad de los Andes), decidí entrar al mercado de contrabando - donde se consiguen zapatos, relojes, medias, cds, esferos, etc- que Gloria me mostró hace ya casi un año. Ahí, en el segundo piso, venden muy buenas películas (de esas que nadie consigue) a muy buen precio. Al principio, como suele pasarme, me negué rotundamente a favorecer la piratería (soy una legalista enferma y desagradable) y miraba con ojos juzgones la actitud de mi amiga, quien se ufanaba de comprar y comprar cine de excelente calidad a tan bajo costo. Mientras ella hacía de las suyas, yo pensaba prepotentemente: "las compraré por Amazon". No obstante, después de darme cuenta de lo verdaderamente ridículo que era mi proceder (o tal vez después de ver lo fácil que mi ética se desvanece frente a maravillas como esta), fue poco el tiempo que me tomó el seguir los pasos de la pequeña little black dress. Entonces, agachando la cabeza, les cuento que en ese lugarsito encontré una bella película llamada "Nostalghia", del director Andrej Tarkovsky. 

Para ser honesta, debo empezar reconociendo que lo único que sabia de Tarkovsky era que había sido uno de los grandes directores de la Unión Soviética, y que había competido en varios premios junto a Godard, Kubrick, Rossie y Pasolini. De ahí en adelante, mi ignorancia era (y es) absoluta. Hasta hoy vi ésta película, que me ha fascinado por completo, y que me ha impulsado a tratar de conseguir más. 

Para filmar Nostalghia, Tarkovsky viajó a Italia y allí se sumergió en el intento de representar la nostalgia como un sentimiento paralizante. No pretendo ahora decir nada inteligente (nada me disgusta más por estos días que los críticos de arte, los críticos de cine, los críticos de cocina, y en general, todos los críticos), solo plasmaré mi opinión de todo el asunto. Para mi, independientemente del tema (que en este tipo de directores puede ser cualquiera, porque lo que realmente importa es la forma en la que narran) del que trata la película, lo más impactante es la imagen misma. Desde el principio hasta el fin, cada imagen esta tejida con filigrana. Cada imagen se fija en la mente, casi como si en vez de un rodaje continuo uno estuviese viendo imágenes individuales en un proyector de diapositivas. El manejo del color dentro del no color (ya parezco el crítico de arte de "conversaciones con mi jardinero"), la sutilidad de la palabra, los tiempos pausados, lo poético y lo ambiguo de la representación misma, y muchas, muchas otras cosas más, hicieron que hoy descubriera una película antes que a un director. Mañana trataré de encontrar al director, de hablar con él, de preguntarle el por qué después de "nostalghia" sigue el "sacrificio"... mañana entonces espero conversar frente a frente con Tarkovsky, y él me dirá qué es lo que tiene de Dostoivsky, de Pushkin, de Chejov,de ruso que sabe narrar para siempre.   

lunes, 12 de enero de 2009

sábado, 10 de enero de 2009

Primera Parada



Todo aquel que me conoce sabe que sufro de adicciones diversas. Para no entrar en detalles sobre todas ellas, tan solo me referiré a una de mis favoritas: mi adicción por el chontaduro. Cuando era pequeña, recuerdo muy bien que su aspecto y su olor me parecían desagradables, en especial porque cierto sector racista de conocidos solía decir que olía a negro -cosa que era considerada digna de repulsión por aquellos personajes-. Al no tener consciencia alguna, y mucho menos capacidad de realizar mis propios juicios, me rehusé durante años a consumir tal manjar, haciéndole incluso mala cara a mi familia, de quien al final, heredé la adicción. No obstante, al ir creciendo, mi curiosidad por la fruta naranja fue aumentando día a día, sobre todo cuando observaba cierta compulsión nerviosa que mi madre, tía y abuelas mostraban al ver un carrito cargado de chontaduros en la calle. Unas lo pedían con sal, otras lo pedían con miel, pero todas salían con su bolsita de papel periódico cargada de unos seis frutos y una gran sonrisa. Aquello parecía ser el paraíso. Entonces, un día, cuando aún estaba en primer o segundo semestre, vi un camión verde y viejo repleto de borojó y chontaduro. Tomé aire y me dirigí hacia él, decidida a que ésta vez, descubriría el por qué a pesar del mal aspecto y olor del alimento, tantas personas de mi misma sangre morían por él. El tipo que me vendió el paquetico - que en esa época costaba unos 1000 pesos- me armó la conversa, y me sugirió probarlo con sal, ya que según el, así era más alimenticio. Procedí a ingerir el primer bocado, lo que me llevo subsecuentemente a saber lo que era la felicidad. Desde ese entonces me declaro adicta, una leal y real adicta. 

Pero la historia no termina ahí. Creo que a muy pocas personas les interesa en verdad el saber la razón que llevó a alguien a no poder vivir sin el chontaduro. Hace poco -quizá en septiembre del año pasado-, curioseando en una biblioteca, encontré un documental que se llama "la ruta del chontaduro", que muestra cómo es el cultivo, el transporte, la venta y la comercialización del producto. Más allá de lo bueno - o lo malo- del documental, lo que me impacto fue todo lo que se teje alrededor de esta fruta. Para su cultivo, se necesita mantener un equilibrio perfecto en el ecosistema del pacífico, aparte de que su siembra sería imposible sin un sistema de trabajo cooperativo. El chontaduro, es además, alimento sustancial para las familias del trópico que viven de él. Sin éste, cientos de personas de poblaciones marginadas y olvidadas del país como Tambo Cauca no tendrían sostenimiento alguno. 

Mi primera parada de escritura trata pues de explicar en nombre de este sitio. "Por el chontaduro" es un nombre que no he escogido aleatoriamente; por el contrario, es un nombre que pretende seguir esa "ruta del chontaduro" que al final es Colombia, y que al final, soy yo.