miércoles, 21 de enero de 2009

Colombia: La calma de la muerte

Foto de Johana Toro. Revista Número. "El camino del chonta".

En el 2008, tuvo lugar la convención de la ONU sobre los pueblos indígenas. Colombia, encabezada por el presidente Uribe, se negó a firmar los acuerdos del encuentro, argumentando que al hacerlo podría desestabilizar la economía, ya que la inversión extranjera disminuiría al “complicar” el manejo de la explotación de los recursos naturales. Esta determinación trajo como una de sus consecuencias el que los acuerdos establecidos con las comunidades indígenas del Cauca entre 1998 y 2005 no fueran cumplidos. 

En reclamo de los derechos adquiridos a través de la lucha pacífica, en el segundo semestre de 2008 indígenas de la etnia Nasa y otras etnias del Norte del Cauca protestaron en sus regiones, y luego decidieron movilizarse hacia Bogotá con el objetivo de reunirse con Uribe y discutir una agenda específica que pretendía comprometer al gobierno con puntos de fundamental importancia para la jurisdicción indígena, tales como la posesión de tierras y el manejo de los recursos hídricos. Sin embargo, en la gran caminata que encabezaron miles de indígenas a lo largo de la ruta que cubre los departamentos de Cauca, Valle, Tolima y Cundinamarca, comenzó uno de los episodios más tristes y oscuros que han ocurrido en el país: Las fuerzas del Estado, atacaron a los indígenas, les dispararon, y asesinaron a unos cuantos. El episodio, intentó ser invisibilizado con mentiras y falsas versiones por parte de Estado acerca de lo que realmente había ocurrido, y finalmente, me atrevería a decir que tal invisibilización se hizo realidad, como ocurre siempre en un país en el que el silencio y la mentira son siempre el modo primigenio de actuar. Lo mismo pasó días después de que los indígenas se retiraron de la capital sin lograr mayores avances en su agenda (a pesar de que la minga fue impresionante); el esposo de la consejera mayor del Cric fue asesinado por miembros del Ejército Nacional. 

El testimonio de algunos de los periodistas internacionales cuenta cómo, tanto en estos dos casos como en algunos otros, su llegada al lugar de los hechos siempre se daba cuando la calma de la muerte había cubierto el ambiente. Periodistas chilenos hablaban acerca de cómo, después de masacres y torturas, los espacios siempre quedaban en un silencio sobrecogedor. Esa es la calma y silencio de la muerte, calma y silencio que un principio son expresión del estado paralizante en el que la violencia y la aniquilación de la vida dejan a los seres humanos, pero que luego, se trasforma en el miedo y el terror silenciosos que terminan siendo los cómplices de la propagación de las atrocidades. 

De los juicios de los militares – y paramilitares- que atentaron contra la vida y la dignidad muchos indígenas, y que asesinaron a otros, y de la solución del gobierno a las solicitudes de éstos pueblos, no he vuelto a saber mucho. Por un artículo que escribió Alfredo Molano en El Espectador, sé que Google tiene ahora un nuevo servicio que se ofrece así: “reciba las últimas noticias acerca de muertes indígenas en Colombia con las Alertas de Google”. Casi parece un chiste. 

Pienso ahora en el reciente asesinato – ya estoy gastando mucho esta palabra- de los cuatro indígenas Kankuamos en la Sierra Nevada de Santa Marta el 31 de diciembre del año pasado, lo que me remite a la cifra de 264 indígenas de la misma etnia que han sido asesinados y desaparecidos en las últimas décadas en el país. 

También pienso en el caso de los millones de desplazados que ha generado la “onda bio” en Colombia. La producción de los biocombustibles, como es sabido ya por todos, necesita de enormes cantidades de tierra para cultivar la palma. En el amazonas y en algunas partes del pacífico, quiénes no quieren cultivar la palma, son sacados de sus tierras, o en su defecto, asesinados. 

Pero tampoco me olvido de casos más cercanos. No me olvido de que mi padre es dirigente sindical, y de que su vida corrió peligro durante el paro judicial que tuvo lugar el año pasado. No me olvido de los cuatro tiros que fueron disparados deliberadamente en la sala de su casa en Tenjo, no me olvido del descaro del General Palomino asegurando que el tipo capturado por la Policía por ser el supuesto responsable del acto, disparó hacia la casa tratando de evitar un robo a su “vecino”. Resulta que padre ni conoce al fulano ni iba a ser robado por nadie, porque era él quién estaba en la casa, él y su esposa, nadie más. Afortunadamente, el atentado no pasó a mayores, afortunadamente todavía puedo sentarme a almorzar con mi Papá y a reírme como loca de todas sus ocurrencias. Tristemente, como en los casos anteriores, los verdaderos responsables del acto siguen en la oscuridad, quizá atentando contra la vida de otros. 

Entonces me pregunto, ¿cómo es posible vivir en un país bañado de sangre? ¿cómo podemos vendarnos los ojos y seguir fingiendo que un régimen de terror como el de Uribe funciona? ¿Por qué seguir viviendo en esta falsa calma de la muerte, en este silencio desgarrador? ¿Por qué seguir estando sordos frente a quiénes se atreven a hablar, y más aún, a actuar?
Hay que denunciar, hay que hablar y hay que actuar. Al menos yo, no quiero seguir siendo de los pusilánimes que nada hacen y que de todo se quejan. La información es poder, eso no lo dicen en nuestras facultades, pero nunca lo ponemos en práctica. Una democracia asesina debe ser combatida por todos los medios. Yo no creo en la violencia, pero creo en el poder de la palabras y de los actos conscientes, informados y honestos.

1 comentario:

  1. "yo no creo en la violencia, pero creo en el poder de la palabras y de los actos conscientes, informados y honestos". Estoy de acuerdo, pero, cómo informarse bien? yo en realidad no sé a quien creerle absolutamente nada.

    ResponderEliminar